LA SEÑORA CHEN
La señora Chen sale del restaurante con prisas. Va a ver a la señora Wu, la propietaria de la frutería, la cual se saca un sobresueldo ofreciendo servicios de adivinación a la comunidad china de Londres; en la parte trasera de la tienda que regenta, atiende a los clientes que necesitan saber qué les depara el futuro.
La señora Chen está preocupada por la actitud de su hija Ling Su. Cree que ella debería implicarse más en el negocio familiar, abandonar la fantasía de convertirse en actriz y casarse, de una vez por todas, con Shaoran, al que no para de darle largas; a este paso, el chico se buscará a otra.
La señora Chen se detiene a la entrada de la tienda de la señora Wu, en frente de las cajas de frutas y verduras que hay expuestas a pie de calle. Coge una raíz de loto y comprueba la calidad. Si le da buenas noticias, comprará unas cuantas para Ling Su. Le encantan los pickles de loto con vinagre de arroz, azúcar y chili.
Dentro de la frutería, el hijo de la adivina está atendiendo la caja, y la señora Chen le pregunta si su madre está disponible. Él asiente con la cabeza y ella se dirige a la puerta que hay escondida detrás de unas de cajas de cartón apiladas, sin necesidad de que le muestre el camino; es una clienta habitual.
La habitación donde la señora Wu ejerce de adivina está desordenada. El escritorio y el ordenador prácticamente sepultados bajo toneladas de papeles (facturas y albaranes de proveedores) y la pared apedazada con enormes calendarios lunares que se utilizan para las predicciones, además de fotos. La mesa de consultas, un tablero de madera puesto sobre un caballete y tapado con una tela con motivos tradicionales chinos (el único mueble de la habitación despejado), está presidida por un poster enmarcado de Hu Ye (un espíritu guardián con forma de tigre), Guan Yu (Dios de la verdad y la lealtad) y Bi Gan (Dios de la abundancia). La señora Wu aguarda en silencio detrás de la mesa, sentada en una silla plegable.
—Nǐ chī le ma —. saluda la señora Chen tomando asiento.
—Chī le, nǐ ne. ¿Qué te trae por aquí? —Ling Su. Ya no sé qué hacer con ella.
—Vamos a ver que nos dicen los palillos —. se levanta para coger el cubilete de madera redondo que hay en la única estantería de la habitación y abre la tapa, dejando a la vista los 64 palos de bambú — Formula la pregunta y agita el recipiente hasta que uno de los palillos caiga sobre la mesa.
La señora Chen hace lo que le pide y cuando uno de los palillos cae, rápidamente echa el cuerpo hacia delante, impaciente por saber qué número lleva y qué mensaje esconde.
—Mmmm… La señora Wu mira el palito de madera con atención y consulta el librito en el que están escritos los mensajes adivinatorios; cada uno corresponden con el número de cada palillo. Suspira. — Interesante… ¿Ling Su es Dragón? — la señora Chen agita la cabeza afirmativamente, esperanzada ¿Habrá buenas noticias? — ¿Y Shaoran?
—Él es Tigre.
—Mmmm… Hay dos dragones en combate —. explica la señora Wu, leyendo el librito — Uno lleva al otro hasta su destino. La señora Chen frunce el ceño.
—¿Y el Tigre?
—No hay tigre. Pero parece que los Dioses protegen a los Dragones. Nada puede separarlos. Debes tener cuidado con Ling Su. Hay problemas de salud a la vista.
—¿Graves? —Eso no se puede saber. Pero no creo que vaya a morir, porque al final hay una unión.
—¿Con el Tigre? — insiste la señora Chen.
—No —. la adivina cierra el librito y da por finalizada la sesión.
La señora Chen se levanta contrariada; si no fuera porque la señora Wu es tremendamente buena en su trabajo, ya se hubiera buscado a otra adivina. Tendrá que hablar con su hija y averiguar quien es ese Dragón que la ronda y presionarla para que de el sí definitivo a Shaoran. Deja un billete sobre la mesa y sale sin despedirse. En la calle, pasa por delante de las raíces de loto sin comprar. No hay nada para celebrar.
La señora Chen entra como un huracán en la cocina del Mandarin Foo, el restaurante que regenta junto a su marido. La actividad ha empezado hace rato y todos los cocineros se mueven con garbo, cortando verduras y preparando salsas para el servicio de comidas. La señora Chen se quita el abrigo, cuelga el bolso y se pone un delantal para repasar que todo esté en orden; su marido está a cargo de los pinches de cocina, pero ella nunca baja la guardia. Está acostumbrada a mandar dentro y fuera de casa.
—¿Quién ha dejado este paquete de gambas fuera del congelador? — pregunta con voz estridente.
—Ha sido Koan. Le ha parecido que no estaban en bien, pero no ha querido tirarlas a la basura. No quiere que le acuses de desperdiciar comida.
—¿Y dónde se ha metido?
—Ha salido a fumar.
La señora Chen refunfuña y sale por la puerta de la cocina que da al callejón. Es donde tienen los cubos de basura y por donde entran los proveedores a dejar las cajas de productos congelados. Un minuto más tarde regresa con Koan y, de malas maneras, le ordena que se ponga a trabajar. No le paga por fumar.
—¡¿Es que no trabaja nadie cuando no estoy?!
La señora Chen se dirige a tirar el paquete de gambas cuando es interrumpida por Ling Su, que entra en la cocina acompañada por un hombre vestido con traje.
—Este señor ha venido a hacer una inspección. De sanidad —. aclara, al ver la cara de su madre — Como no estabas, me he encargado yo misma de enseñarle lo limpios que están nuestros baños y la sala. Ahora desea ver la cocina.
—¡Malditos inspectores de sanidad! ¡Siempre viene en el peor momento! — grita la señora Chen (en mandarín, para que el inspector no la entienda); en pocos minutos el restaurante debe estar listo para atender a los clientes. Suelta la bolsa de gambas para atender al hombre, que quiere echar un vistazo a las cámaras frigoríficas.
LING SU
Ling Su sale del teatro a toda velocidad. Se ha presentado a un nuevo casting y no quiere que su madre se entere que ha vuelto a probar suerte en el mundo de la farándula. Pero si llega tarde al restaurante, la acribillará a preguntas, y está harta de oírla quejarse. En el callejón, se encuentra a Koan, fumando, escondido detrás de uno cubos de basura.
Koan la saluda con la cabeza y le informa de que la señora Chen ha salido a hacer unos recados; parece alegrarse de que no pulule por ahí. Ling Su no le culpa. Su madre le tiene amargado. No soporta que salga a dar unas caladas y, cada vez que le pilla haciéndolo, le echa la bronca. Le devuelve la sonrisa y entra en la cocina para cambiarse.
Con el uniforme de trabajo puesto, Ling Su empieza a preparar la sala, un trabajo de lo más tedioso. Bailar y cantar es su pasión. Su sueño, ser actriz. Aunque de momento debe conformarse con ser camarera en el restaurante de sus padres. Mientras deja listas las mesas, canturrea la letra de la canción que ha memorizado para el casting de esta mañana. Le han dicho que ya la llamarán. Ha oído esta frase tantas veces, que no se hace ilusiones. Pero algún día le darán la oportunidad de participar en un musical, quizás con un pequeño papel. No importa. Con el tiempo, acabará convirtiéndose en una gran estrella. La esperanza es lo último que se pierde. Aunque a este paso, va a tener que casarse con Shaoran; no puede seguir dándole largas. Si fuera por él, haría tiempo que se hubieran dado el «sí, quiero». Lo que significaría aceptar una vida dedicada al trabajo (que no le gusta), cuidar de unos hijos que no quiere (de momento), y esperar un viaje a China, cada cuatro años, para visitar a la familia.
Unos golpes la sacan de la ensoñación. Un hombre con traje, la está mirando a través del cristal de la puerta de entrada. Por la pinta que tiene, Ling Su sospecha que es otro inspector de sanidad; el enésimo que acude a inspeccionar el Mandarin Foo. ¡Pues su madre se va a poner contenta! ¡No les soporta! La señora Chen, a pesar de llevar tantos años afincada en Londres, todavía no se ha acostumbrado al mundo occidental. Dice que los británicos están cargados de manías. Que en China no hay tanto control y no pasa nada.
La intuición de Ling Su no falla. El tipo de la puerta es un inspector de sanidad. ¡Que pereza! Tiene que dejar las mesas para enseñarle el local y que vea que cumple con los requisitos de limpieza, que hay suficiente luz, que la ventilación es adecuada… y lo más importante: que se manipula, cocina y almacenan los productos como es debido.
Al entrar con el inspector en la cocina, se alegra al ver que su madre ya ha llegado. Justo a tiempo para tomarle el relevo. Le explica que el hombre que la acompaña es de sanidad y deja que sea ella quien se encargue de darle un tour por la cocina. La señora Chen se cabrea y despotrica, mientras Ling Su cruza los dedos para que el inspector no entienda lo que está diciendo su madre (es poco probable que el hombre entienda el mandarín, pero no imposible) y se acerca a Koan, que ya se ha terminado el cigarrillo y está frente a los fogones.
—¿Te ayudo en algo? — pregunta Ling Su, dispuesta a echarle una mano.
—Necesito un paquete de gambas. Para los fideos —. responde, concentrado en el wok; está salteando verduras y salen llamaradas.
Ling Su, al ver al inspector de sanidad fisgoneando en el interior de una de las cámaras frigoríficas, decide coger el paquete de gambas que alguien se ha dejado olvidado sobre la encimera. Lo abre con unas tijeras y se lo pasa a Koan, que echa el contenido en el wok, mezclándolo con el resto de ingredientes.
El servicio de comidas empieza puntual. El restaurante se llena rápidamente y Ling Su no para de hacer viajes a la cocina. Sale con platos llenos y regresa, al cabo de un rato, con los mismos platos rebañados. Su madre todavía está liada con el inspector, así que, además de servir mesas, también le toca asumir el trabajo de ella: dar la bienvenida a los clientes y tomarles nota.
—¿Cuántos son? — pregunta a dos hombres que acaban de entrar. Uno de ellos le resulta familiar, pero pasa tanta gente por el restaurante…
—Dos —. responde el más estirado, mirándola como si hubiera preguntado una estupidez. Es evidente que sólo son dos.
Ling Su, a pesar de captar el tono insolente, sonríe, como le han enseñado que tiene que hacer ante cualquier situación que se de en el restaurante; por desagradable que sea. Está tan entrenada, que a la que pone el pie en el Mandarin Foo, le aparece esa mueca postiza que debe mostrar para agradar a los clientes. Sonriente, conduce a los dos tipos hasta una mesa, y les da las cartas. Mientras lo hace, piensa que no pegan ni con cola. Uno va vestido con ropa casual, lleva el pelo alborotado y luce una barba espesa. El otro lleva traje, va requetepeinadísimo, y sin un pelo en la cara; a parte de las cejas y las pestañas, claro.
En uno de sus viajes desde la cocina, observa que la “extraña pareja” ha dejado las cartas a un lado (señal que ya saben lo que van a pedir) y se acerca para tomarles nota.
—¿Qué van a tomar?
—Para mí unos rollos de primavera y pan chino —. dice el del traje y, dirigiéndose al de la barba, añade — En estos sitios nunca pido carne. Ni pescado. A saber con lo que te puedes encontrar —. coge la servilleta con un ademán, la sacude, y se la pone encima de las rodillas.
A Ling Su le entran ganas de meterle los palillos chinos por el culo, pero aguanta estoicamente la impertinencia con su sonrisa «de trabajo». Da por supuesto que el otro va a seguir el consejo de su amigo y pedirá lo mismo.
—¿Qué me recomiendas? El de la barba logra sorprenderla. No es borde y además, le pide consejo.
—Pues no sé…— dice insegura. Nunca toma nota y no está acostumbrada a ese tipo de preguntas. No se le ocurre qué recomendar, hasta que se acuerda de los fideos con gambas de Koan — … ¿Noodles Chow Mein con gambas?
—Pues eso. Gracias —. sonríe a Ling Su ante la atónita mirada de su compañero, al cual le parece una imprudencia pedir gambas en un restaurante chino.
En la cocina hay follón. La señora Chen está alterada. El motivo es que el inspector de sanidad ha encontrado irregularidades. Ling su no presta atención a lo que sus padres están discutiendo y pide a Koan que fría unos rollos de primavera y prepare un plato con fideos Chow Mein.
Koan prepara el pedido en un plis plas y Ling Su se apresura a llevarlo a la mesa de los dos tipos que parecen gais. Al regresar a la cocina, ve que su madre está hablando con Koan. Más bien pidiéndole explicaciones. Nada más verla, él la señala con el dedo.
—Ling Su, ¿dónde está el paquete de gambas que había dejado aquí? — pregunta la señora Chen con el ceño fruncido.
—¿La bolsa que había aquí…? Se la he dado a Koan. Para que cocinara los fideos.
—¡¿Cuándo?! —Cuando estabas con el inspector. Estábais mirando el congelador y, para no molestar, he cogido las gambas que había sobre la encimera. ¿Por qué?
—¿Cuántos platos de noodles has servido con esas gambas? La señora Chen parece bastante preocupada, pero Ling Su no logra comprender qué problema hay
—¿Qué ocurre, mamá?
—¡Esas gambas estaban en mal estado! La cámara frigorífica no funciona bien. Cuando la ha revisado el inspector, se ha dado cuenta que todas las bolsas de congelados estaban afectadas. Y esa en concreto, la que has cogido tú, ¡es la que se había llevado la peor parte! ¡Tenía que haberse tirado al cubo de la basura! ¡No terminar en el wok! Ahora dime, ¿cuántos platos has servido?
—Creo que sólo uno.
—Sólo uno —. confirma Koan.
La señora Chen coge a su hija por el brazo y la lleva hasta las ventanas redondas que hay en las puertas oscilantes de la cocina.
—¿Han empezado a comerlas?
Ling Su mira a través del cristal. El hombre de la barba pelirroja, el que le ha pedido que le recomendara un plato, ¡se las está comiendo!
—¿Qué mesa es la de los fideos con gambas?
—Esa de ahí. La de los gais.
La señora Chen comprueba, con horror, que el barbudo está dando buena cuenta de los crustáceos, dejando los noodles a un lado del plato.
—¡Odio a los occidentales! ¡Hacen cosas muy raras! ¿Por qué se come las gambas sin tocar los fideos? Es inútil salir para llevarnos su plato.
La señora Chen se acerca a los fogones para tirar, ella misma, todo el contenido del wok con fideos a la basura y, a grito pelado, avisa a cada una de las camareras que entran en la cocina, de que las gambas se han terminado.
Ling Su está hecha polvo. Ha servido un plato en mal estado a un cliente. Aun así, se arma de valor, pone su sonrisa más falsa y sigue ateniendo en la sala.
Media hora más tarde, los gais piden la cuenta y Ling Su, se la lleva a la mesa junto a unas galletas chinas de la fortuna; gentileza de la casa. El tipo con traje las mira con desprecio, sin tocarlas (y eso que no sabe lo que ha pasado con las gambas). Es un imbécil. El otro, el de la barba, mucho más simpático y agradable, coge una y la rompe por la mitad.
—Antes de ser un Dragón, hay que sufrir como una hormiga — lee en voz alta lo que pone en el papelito blanco que ha sacado del interior.
—Que estupidez —. suelta el repeinado.
—Steve, no seas así. Coge una. A ver qué sale.
—No sé Adam… — se hace de rogar pero al final, para complacerle, parte una galletita y lee el mensaje en silencio, con esa cara de «lo que decía yo: una estupidez».
El barbudo le quita el papel de las mano y lo lee en voz alta.
—El prejuicio es hijo de la ignorancia.
Ling Su sonríe, esta vez de verdad; la galleta de la fortuna ha ofrecido a ese gilipollas engreído el mensaje que necesitaba. Y el tipo simpático con barba, debe pensar lo mismo, porque suelta una carcajada y dice:
—No te apures Steve. Invito yo.